7 de agosto de 2014

El espíritu de Tiberio Graco

Lamentablemente tener principios no está de moda y mucho menos tener el valor de luchar por demás. En la lamentable situación moral y económica que vivimos (sobre todo en España), no puedo dejar de ver similitudes con el pasado, y si este nos puede mostrar las causas y los porqués  de los problemas, también un buen ojo puede intuir las soluciones. Tiberio Sempronio Graco es un hombre olvidado, o mejor dicho, un hombre que nunca fue recordado, y quizá, si lo honrásemos como es debido y dejásemos que su persona nos inspirara, puede que nos fuese bastante mejor.

Por nacimiento Tiberio era un aristócrata, de la más alta cuna además, valiente, capaz y muy idealista, no necesitó ponerse gafas para ver bien la miseria en que los latifundistas habían sumido al antiguo campesinado romano, y no pudo dejar de sentir asco viendo la frialdad con que el senado despreciaba al pueblo que se suponía debía proteger. A priori uno puede preguntarse, qué llevó a un joven aristócrata, rico, guapo y con un futuro que se lo deparaba todo a sacrificarse por proteger a los más débiles. Bueno, desde su época, los cronistas y los cínicos no han podido dejar de ver su ambición y su interés en hacerse con poder, pero toda esa gente subestima el espíritu humano, por que a veces, muy de vez en cuando, si que hay gente a quien le gusta dar y que tiene sentido de la justicia, pero sin ser inocentes, el que no lo comparte tampoco lo entiende. Esta fue la maldición de Tiberio, más que no haberse hecho entender, no haber querido serlo, y pasa exactamente lo mismo hoy con quien levanta un poco la voz.

Después de haberse labrado una buena reputación militar asaltando Cartago, y apenas rozando la treintena, Tiberio entendió perfectamente el problema de base que estaba afectando a la sociedad y a la economía de la República romana. Entendió que el problema de la tierra, es el problema de la concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Hasta el siglo II a.C., en Italia abundaban los pequeños cultivos, pequeñas fincas monofamiliares que aunque no hacían ricos a sus dueños, les permitían subsistir y hacer que por lo menos todo el mundo tuviera algo. Este panorama cambió de golpe tras la Segunda Guerra Púnica. Los vacíos de la guerra y la proliferación de los esclavos, provocó que la clase alta, terrateniente y adinerara, comenzara a expropiar o a comprar a precios ridículos todas las pequeñas parcelas, abandonando a sus suerte a sus antiguos propietarios. Literalmente fue una rapiña, frente a la cual nada podían hacer los desposeídos salvo ir a la ciudad a buscar empleo, infructuosamente claro, pues los potentes (como se llamaba a los grandes latifundistas), no solo no se conformaban con hacerse con las tierras sino que además las explotaban a golpe de esclavo, precarizando y destruyendo todo el empleo. ¿Le suena esto a alguien de algo?, como decía Marco Aurelio, "hagan lo que hagan los hombres siempre serán los mismos". El resultado fue que unos mil grandes propietarios controlaban casi toda la riqueza y la masa, los campesinos y los ciudadanos estaban desamparados y arruinados, sin ninguna esperanza.

Naturalmente el Estado vería pronto mermada sus capacidades, ya que en la República solo podían servir en el ejército quienes tuviesen un determinado patrimonio y además quienes pudieran hacer frente al costo de su equipamiento (habrá que esperar a Mario para que esto cambie), condiciones que la mayoría de ciudadanos ya no reunían ni podían reunir. La mentalidad de la época era muy similar a la de ahora, de egoísmo puro. Para los adinerados solo importaban las fiestas, las ropas, los salones y la reputación personal, el que no se hacía rico era para ellos por que era tonto. Abusar de su posición y sus privilegios no era solo una opción sino un deber. El poder bien agarrado y la conciencia de formar parte de la élite era muy patente.


Graco y su hermano Cayo, pudieron ser uno más, disfrutar de la vida, del dinero y del poder, de todos los placeres posibles, y sin embargo hicieron suya la causa de los miserables. Tiberio reunió en torno a si a un grupo de senadores con conciencia de la situación y a quienes aun les quedaban escrúpulos y se propuso solucionar la situación de una forma tan simple como contundente; elaborar una ley que prohibiese que una sola persona pudiese acaparar demasiada riqueza limitando el tamaño de las parcelas de tierra, distribuyendo unas 150 hectáreas entre todos los ciudadanos sin patrimonio a la vez que mediante un pequeñísimo impuesto se garantizaba una clase media de contribuyentes solventes a las arcas públicas. Un simple caso de redistribución de la riqueza. Los economistas modernos comparan este tipo de situaciones con una pirámide. Cuando toda la riqueza está en la punta malo, por que deja de haber base, pero si la base es firme la punta se mantiene en su sitio. Si me permitís la liberalidad, yo, seguramente igual que Tiberio, pienso que la riqueza no es algo negativo, es más debe de haber ricos, pues todo el mundo tiene derecho a enriquecerse, no solo por justicia sino como un incentivo, sin embargo el problema está en el abuso, abuso que se da siempre que hay muchos muy ricos, por que significa que todos los recursos no vuelven a la base.

Lo que sucede en la actualidad (y que haría a Tiberio montar en cólera), es que las grandes empresas prefieren maximizar su beneficio desproporcionadamente y repartir dividendos aun a costa de despedir a miles de personas, de no crear empleo, de no pagar impuestos. Al final, aunque no tengamos tierras, acabamos en la misma situación que los campesinos romanos del siglo II a.C., abandonados por las autoridades, sin poder consumir, y con todo el capital estancado en las mismas manos, lo que acaba generando inestabilidad. La historia nos enseña a que el poder usado con responsabilidad es duradero, un mensaje que vemos que nunca cala.

El caso es que la reforma agraria de Tiberio se vio inmediatamente con la oposición de la clase senatorial y equestre que veían peligrar su estatus. Tras un año de agitación, y a pesar de que Tiberio ocupaba el cargo de Tribuno de la plebe, y que por lo tanto era inviolable, un grupo de Senadores lo mataron a golpes junto a otros varios cientos de partidarios y tiraron su cadáver al río. Su hermano Cayo trató de proseguir su labor pero sufrió el mismo destino, es más, su cabeza fue cortada y rellanada de plomo, ya que se decretó que "valía su peso en oro".

De este modo el problema económico y social se fue agravando, lo que acabó en casi 100 años de matanzas y guerras civiles, y Julio César vino a concluir la labor de Tiberio y le puso punto y final a un sistema político y social que agonizaba y que se había autodestruido por avaricia y crueldad. Creo que todos deberíamos hacer memoria, unos para aprender de nuestros errores, y otros para tener la audacia de luchar por lo que es justo, y mejor o peor, dejemos que el espíritu de Tiberio, que como Robespierre, ilumine también nuestro presente y nuestro futuro.

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