Durante mucho tiempo, prácticamente el único método que existía para fechar hechos, objetos y lugares, era la arqueología y su contraste minucioso con las fuentes de la época. Especialmente en el siglo XIX, esta tuvo su época dorada y quienes la practicaban, aun utilizando técnicas bastante rudimentarias, consiguieron maravillas en Grecia o en Egipto. Es muy llamativo el caso de Schlieman, que con una pala y un puñado de obreros y usando la ilíada como mapa, encontró las ruinas de Troya.
Afortunadamente, hoy los investigadores y los historiadores a parte de valerse de la arqueología moderna, mucho más precisa (yo he visto a egiptólogos escribir libros enteros solo con estudiar un trozo de cerámica) utilizan muchos otros métodos y ciencias aplicadas para poder datar mejor y comprender los hitos pasados y la magnitud del devenir de los tiempos. Así que me he propuesto desvelar algunos de los principales complementos que puede usar el erudito que desee profundizar más en el estudio de una época.
En primer lugar y sin salirnos aun de la esfera de la arqueología, esta ha evolucionado de forma ramificada, especializándose cada vez más en subtipos concretos. Dos de los más recientes y de los que más hemos aprendido son la arqueología marina y la arqueología aérea. La marina no plantéa grandes interrogantes, pues solo por el nombre podemos deducir que se ocupa del análisis de los restos hallados en el mar, aunque técnicamente se requiere una gran cantidad de medios y de dinero para llegar hasta ellos (buzos, barcos, ingenieros, remolques y hasta submarinos). La arqueología aérea es un fenómeno aun más reciente y bastante más inusual que el anterior. Consiste en que una serie de expertos vuelan a baja altura realizando un reconocimiento del terreno y determinando la ubicación de ciertos lugares a base de identificar marcas en la tierra que solo pueden verse a cierta distancia. Algo fascinante.
Después tenemos otra de las formas tradicionales que junto a la arqueología han servido como complemento al historiador, la numismática, o estudio de las monedas. Los expertos en esta disciplina son capaces de averiguar grandes cosas analizando la composición metalúrgica de las monedas, su forma de acuñación y por supuesto gracias a las inscripciones, los dibujos y los símbolos que las salpican, que a parte de artísticos pueden llegar a corroborar hechos conmemorativos o autentificar la existencia de algún personaje que de otro modo no conocido salvo por las leyendas. También debemos mencionar la epigrafía, que es el estudio de las inscripciones en piedra, y que junto con la numismática han sido las manos derecha e izquierda del historiador tradicional.
Siguiendo nuestro recorrido, en los últimos 40 años ha aparecido un fenómeno llamado recreación histórica. Quienes la practican, a menudo historiadores o aficionados apasionados, se visten de la época que pretenden recrear (como por ejemplo de legionarios romanos), y se dedican a hacer actividades propias de los originales de la forma más realista posible. Así se puede comprobar la efectividad de las formaciones militares, la movilidad y el peso de la armadura, el tiempo que se tarda en construir fortificaciones y sumergirse psicológicamente en otro mundo para facilitar su comprensión.
Gracias a la recreación se han podido contrastar fuentes y ver cuales son las más veraces y cuales exageran abiertamente, por que si Julio César dice que tardó 2 meses en construir 60 km de empalizadas alrededor de una ciudad, y luego un grupo de recreadores es capaz de hacerlo en más o menos las mismas circunstancias y con los mismos materiales, podemos suponer que realmente esta siendo fiel a la verdad. La parte negativa es que últimamente el tema ha degenerado bastante, y los recreadores son cada vez menos rigurosos, más parecidos a una fiesta de disfraces que a una verdadera experiencia práctica.
Tras todo lo anterior, que estaba estrechamente relacionado con la arqueología y la historia, nos vamos a encontrar una larga serie de disciplinas científicas aplicadas, muy útiles e incluso esenciales para promulgar nuevas teorías o corroborar nuestras hipótesis. Algunas de estas ciencias son la química, la vulcanología, la climatología y la dendrocronología.
Por último, nos topamos con una ciencia que muy poca gente conoce, la dendrocronología, el estudio de los anillos de los árboles, que sirve para poder determinar su edad y la antiguedad de la madera. Esto nos resulta tremendamente útil como termómetro de nuestro pasado, pues al igual que el hielo, los árboles son muy sensibles y fosilizan en su interior cualquier cambio ambiental o agresión externa y nos da claros indicios de una actividad humana determinada. Además gracias a sus anillos, se puede datar con precisión milimétrica el cuando esta actividad pudo haberse llevado a cabo. Así que cuando veáis a alguien talando un árbol milenario, ya podéis recordar que están talando una parte de nuestro pasado (a parte del brutal atentado contra la naturaleza).
Aunque en este austero resumen no se agota ni de lejos la complejidad y los límites de este tema, ni tampoco he podido citar las innumerables ciencias aplicadas al respecto, sí hemos visto generalmente algunas de las más importantes, y al menos espero que haya servido para ilustrarnos un poco y poder entender que la ciencia moderna junto a gente inteligente, es capaz de encontrar múltiples formas nuevas para abordar el pasado y arrojarnos mayor luz sobre cosas ya olvidadas o que probablemente nunca supimos que existieran.