Los antiguos griegos no tenían una única forma de comprender el mundo o de ver la vida, pero si hay algo que resulta común para cualquier ser humano es el deseo de poder.
Desde la época de las invasiones dorias, al inicio de la edad del hierro (alrededor del 1100 a.C.), en Grecia coexistían dos etnias diferentes; la de los aqueo-pelasgos por una lado, que eran los auténticos nativos y aquellos que Homero alabó en sus canciones y la de los dorios por el otro. Estos últimos eran un pueblo de origen indoeuropeo que llegó en oleadas a la Hélade y que se estableció en el Peloponeso tras arrasar la civilización micénica y reducir a la esclavitud a sus antiguos pobladores. Los aqueos por su parte se retiraron al Ática y de allí pasaron a las numerosas islas del Egeo para después saltar hacia Asia Menor, donde fundaron grandes colonias como Mileto, Éfeso o Halicarnaso.
Durante 500 años los intercambios comerciales y culturales fueron muy escasos (en parte debido a la geografía), pero mientras los aqueos y sus herederos, los atenienses se tornaron cada vez más en un pueblo abierto al mar y al comercio, los dorios, de los que provenían los espartanos se cerraron en si mismos y pusieron sus esperanzas en la agricultura y la autarquía económica.
De hecho de no haber sido por los persas, no sabemos cuanto más hubiese durado esa situación de aislamiento cultural y político en en que se encontraban las incipientes Ciudades-Estado griegas (o polis) que tenían unas respecto a las otras. Las guerras medicas significaron el nacimiento de una nueva era, donde los griegos ya eran plenamente conscientes del mundo que les rodeaba y del papel que iban a desempeñar en él, por ello tras la victoria, cada uno empezó a incrementar sus propias fuerzas y a tejer un complejo entramado de alianzas políticas y áreas de influencia. Lo que hicieron Atenas y Esparta fue algo muy parecido a lo que hicieron EEUU y la URSS después de la segunda guerra mundial. Cada una formó una alianza militar con otros estados más pequeños, que en realidad suponían un instrumento de control político. La de Atenas se llamó la Liga de Delos. Para gozar del privilegio de ser "admitido" dentro de la Liga y de poder gozar así de la protección naval y militar de la poderosa urbe frente a una hipotética amenaza exterior (principalmente los persas), los nuevos miembros debían pagar anualmente una fuerte suma de oro en concepto de cuotas, debían instaurar un sistema democrático o pseudo-democrático al estilo ateniense y por último, también se obligaban a formar parte de una especie de commonwealth ateniense donde se cedían a la metrópolis todos los beneficios comerciales y arancelarios más la carga de suministrar a Atenas de todos los víveres que pudiese necesitar. En resumen, se convertían en protectorados y cedían gran parte de soberanía y como se vio después, el yugo es algo que a los griegos no les sienta nada bien, pero mientras duró, Atenas disfrutó de una prosperidad sin límites y pudo extender su influencia y su poder hasta extremos insospechados ni por sus mismos creadores, aun a costa del recelo y la hostilidad creciente entre sus vecinos, convirtiendose en la potencia hegemónica del mediterraneo oriental.
Esto pudo ser así gracias a un líder excepcional, Temístocles, el gran héroe en la lucha contra los persas y un hombre de una ambición y una inteligencia a toda prueba. Su deseo era por una parte reconstruir la ciudad, que Jerjes había incendiado poco tiempo antes, y por otro garantizar su abastecimiento permanente y su seguridad militar. Ambas cosas pretendía lograrlas mediante la construcción y el mantenimiento de la mayor flota militar y comercial del mundo antiguo y la instauración de una supremacía naval que por un lado alejase definitivamente el fantasma de otra invasión procedente del este y por el otro les pudiese proveer de los alimentos necesarios ya que el ática prácticamente era un terreno desértico. También necesitaban un canal seguro para exportar productos manufacturados, de los que los atenienses se hicieron grandes maestros creando una industria artesanal enorme y que consecuentemente trajo el surgimiento de una burguesía urbana muy numerosa, en detrimento de los campesinos que se retiraron a vivir a la ciudad y se emplearon como mano de obra barata para las obras públicas y tareas de reconstrucción de la ciudad, que Temístocles estaba impulsando, como la ampliación del puerto del Pireo y la fortificación de todo el área circundante con unas largas murallas, que envolvían toda la ciudad hasta el puerto y que la convirtieron en inexpugnable desde tierra.
Esparta también había sido una grandes vencedoras. Los espartanos eran gente de ideas fijas por así decirlo. Ellos no incubaban grandes planes ni grandes ambiciones, y a lo que en ese momento aspiraban, era a seguir conservando su modo de vida oligárquico y esclavista manteniendo un statu quo político en Grecia, donde no hubiese una gran potencia que predominase sino varias que se contrarrestaran mutuamente (la misma estrategia de los británicos tras la guerra de sucesión en Europa en 1713).
Por ello cuando vieron lo que estaba sucediendo en Atenas, de la que recelaban aun considerándola una aliada, los líderes espartanos se asustaron y comenzaron a prepararse para lo peor, por lo que establecieron su propia alianza llamada la Liga del Peloponeso, llamada sí precisamente por que la conformaban casi íntegramente todas la polis al sur del itsmo de Corinto, salvo la buena Argos siempre neutral. Esta liga era un poco diferente de la ateniense por que a parte de ser menos imperialista y por ende menos agresiva, existía primordialmente como una contramedida de carácter defensivo frente a lo que era una rotura del equilibrio político por parte de Atenas y de su creciente dominio sobre las islas del Egeo y las colonias jónicas, y el riesgo que suponía para Esparta ser aislada política y económicamente.
La principal obligación y casi la única que tenían sus miembros, era la de dejar que Esparta fuese la comandante suprema de todas las fuerzas militares y de aportar contingentes suficientes en caso de un eventual conflicto así como sufragar su mantenimiento.
No es de extrañar pues que Esparta se vendiera así misma como paladín de la independencia y la libertad ( a pesar de tener sometidos a los mesenios y muchos otros pueblos nativos de Lacedemonia), frente a la codiciosa Atenas que cobraba tributos abusivos a sus aliados ofreciéndoles una protección que no necesitaban e interfiriendo en su política exterior y forma de gobierno.
También gozaba de la fama de la invencibilidad de sus soldados, sometidos al más duro entrenamiento militar desde la infancia y conocidos en el mundo entero por su destreza y por la devoción fanática hacia el deber a su patria. Todo ello hacía que los aliados de Esparta, se sintiesen mucho más cómodos y seguros que los de Atenas, entre los cuales crecía cada vez más y más un fuerte resentimiento por lo injusto de su situación.
Así estaban más o menos las cosas cuando Perícles llegó al poder. Éste, fue uno de los grandes estadistas de todos los tiempos, y fue él, el genio que hubo detrás de las maravillas y del esplendor que la Atenas clásica nos ha legado. Elegido autócrator durante 40 años seguidos, no solo culminó la obra que ya inició Temístocles sino que consolidó la supremacía ateniense en todos los ámbitos (especialmente en el militar) haciendo a su ciudad la capital de todas las artes y la filosofía y erigiendo la acrópolis como un símbolo permanente del triunfo y del poder de su gobierno. Sin embargo esta paz armada que había permitido a Grecia y especialmente a Atenas alcanzar la cúspide de su civilización y su cultura no estaba llamada a durar.
Hacia el 430 a.C. el largo gobierno de Pericles estaba en pleno declive. Por un lado él contaba ya más de 60 años y por el otro se había alcanzado un punto crítico con Esparta. Tucídides, que a parte de ser uno de los padres de la historia junto a Herodoto, fue un vivo espectador de los acontecimientos, nos cuenta como todo el mundo griego, desde Ródas a Tarento, se hallaba dividido entre dos bandos y solo era necesaria una excusa para provocar una gran guerra que ya se hacía esperar demasiado tiempo, lo que irritaba a los sectores más radicales de uno y otro bando. Era una situación similar a la vivida antes de la Primera Guerra Mundial.
Pese a todo tanto Atenas como Esparta se mostraban muy prudentes y extremadamente cautelosas respecto a sus relaciones, conscientes de que ninguna estaba segura de poder salir bien parada de un enfrentamiento, aunque jamás dispuestas a renunciar a sus pretensiones. Fueron los motivos económicos los que decantaron la balanza hacia la guerra. Una disputa política entre Atenas y la pequeña ciudad de Megara (aliada de Esparta y miembro de la Liga del Peloponeso) desembocó en una guerra comercial y en un embargo de productos atenienses destinados a dicha polis, lo que en la práctica era un táctica para matar por asfixia al rival ya que Atenas exportaba y controlaba casi la totalidad de las mercancías del momento y disponía de la única flota capaz de hacer cumplir el embargo, bloqueando los puertos y amenazando a cualquiera que se atreviese a violar su voluntad (exactamente como los americanos hicieron en Cuba... la historia esta llena de paralelismos como se puede ver). Los desesperados megarenses y otras ciudades amigas como Corinto, acudieron pues a Esparta en busca de protección, bajo amenaza de pasarse al enemigo y abandonar la Liga del Peloponeso si sus demandas no eran satisfechas.
Al rey de Esparta Arquidamo, que era un hombre considerado sabio y de mucha experiencia, la idea de entrar en guerra con Atenas no le gustó nada, pues conocía la fuerza del enemigo y al carecer Esparta de una flota, no juzgó hallarse en una buena situación, por lo que envió a sus embajadores y trató de resolver el asunto por vías diplomáticas. Pero pese a su buena disposición, los Atenienses, alentados por el propio Perícles, rechazaron las propuestas y juzgaron que era el momento, el todo o nada, y que si querían alzarse con la hegemonía en Grecia, la guerra era algo necesario para lo que nunca se encontrarían en una situación mejor; con una flota inigualable de 400 barcos, cientos de millones de dracmas de superhábit en el erario público y 50.000 hoplitas pesados de los mejor entre la infantería griega, sin contar con las tropas de todos sus aliados y la fortaleza de sus tremendas murallas.
Por ello expulsaron a los embajadores y enviaron parte de su flota a hacerse con la isla de Corcira que en aquel momento asediaban los corintios, íntimos aliados de Esparta. Esto era la declaración de guerra, lo que nadie sospecho jamás al igual que en 1914, es que durarse tanto tiempo, pues 30 años, en términos griegos fue una generación.
En principio como hemos dicho las cosas pintaban mejor para Atenas, ya que Esparta carecía de una flota con la que disputarle el mar a sus rivales, algo absolutamente esencial cuando la mayor parte de los Estados enemigos se encontraban en islas. Sin embargo los Espartanos contaban con 2 factores que les conferían una posición más sólida: en primer lugar disponían de las mejores tropas de infantería del mundo. En segundo lugar casi todos los Estados de la Grecia continental se sumaron a la Liga del Peloponeso y doblaban en efectivos al ejército de la liga de Delos, lo que les permitió una total superioridad terrestre.
Por ello Perícles diseño una estrategia a medio plazo que consistía en retirar a toda la población del Ática (unas 500.000 personas) dentro de los muros de la ciudad y arrasar todas las granjas para no dejar nada al enemigo, y a su vez utilizar la flota para aislar toda la península del Peloponeso y rendirla por hambre y asfixia económica como ya hiciese anteriormente con Megara. Era una estrategia de desgaste muy bien planeada que podía dar sus frutos ya que mientras el enemigo se debilitaba intentando asediar las inexpugnables murallas, ellos tenían el aprovisionamiento asegurado por mar que sus aliados le estaban obligados a suministrar y podían tranquilamente hostigar al enemigo mediante acciones anfibias y sorpresivas rehuyendo siempre la batalla campal en la que sabían superiores la los espartanos.
Todo transcurrió dentro de lo previsto. En el año 429 a.C el rey Arquidamo invadió el Ática con un ejército enorme de unos 100.000 hombres. Al llegar el invierno y ver lo infructífero del ataque (al no presentar los atenienses batalla) se retiraron para la época de la siembra y así volvieron cada año una y otra vez presentándose a las puertas de Atenas aunque sin esperanzas de tomarla al asalto pues carecían de tecnología de asedio suficiente. Por ello este periodo se denomina la guerra Arquidámica.
La cosa parecía desarrollarse con normalidad, sin decantarse especialmente, hasta que sucedió una de las mayores catástrofes que asolarían nunca Europa y que mermarían las fuerza de Atenas hasta más allá de toda recuperación : la peste.
Todavía no se sabe muy bien de donde vino, Tucídides nos dice que de Asia. De hecho no se sabe si fue realmente una epidemia de peste bubónica, el tífus o algo aún más virulento, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que azotó Atenas durante varios años, y de que tenía unos índices de mortalidad y una facilidad de transmisión altísimos. La ciudad estaba asediada y consecuentemente superpoblada por lo que el contagio fue masivo. Murió un 30% de la población, casi un cuarto del ejército y el propio Pericles junto a sus 2 hijos. Después de esto Atenas ya no era la misma. Ahora era una ciudad convaleciente, rodeada de enemigos y carente de liderazgo que pasó a la defensiva y ya no tuvo la fuerza y el poder de que gozase antaño.
Resulta curioso como la epidemia solo afectó a Atenas. Ninguna otra polis se vio infectada, lo que conmociono mucho a los atenienses que lo interpretaron como un castigo divino y naturalmente les debilitó moralmente. La consecuencia más grave a largo plazo fue la pérdida del liderazgo y la inteligencia de Pericles. Su muerte creo un vacío que ya no se llenó, y el gobierno paso a manos de hombres menores y demagogos que rápidamente abandonaron la estrategia de este y en busca de una victoria rápida que les permitiese conservar el poder, se enzarzaron en una serie de batallas campales con los espartanos por toda Grecia que no mejoraron en absoluto la posición ateniense. Los espartanos por su parte, jugaron bien sus cartas y dirigidos ahora por un hábil comandante llamado Lisandro, construyeron rápidamente una flota muy capaz, y se pusieron a disputar la anterior soberanía indiscutible que los atenienses habían tenido por mar. Esto sumado al hecho de que los aliados de Atenas estaban sometidos a unos tremendos tributos, lo que les hacía particularmente propensos a la rebelión, llevaron a los atenienses al borde de la desesperación.
Aun así tras casi 10 años de luchas ambos contendientes estaban exhaustos por lo que alcanzaron un acuerdo en año 421 a.C llamado la paz de Nicias, en honor al general ateniense que lo impulsó. Este acuerdo era un armisticio por el que ambas partes se comprometían a restablecer la situación existente antes de la guerra y a un intercambio de rehenes y algunas plazas fuertes. Por supuesto nadie esperaba que la guerra hubiese terminado y tras algunos años las hostilidades se reanudaron cuando Atenas trató de conquistar Sicilia (aliada de Esparta).
Esta tentativa ateniense fue promovida por el hombre del momento; Alcíbiades, sobrino de Pericles, joven y flamante general, que con sus poco más de 25 años ya se había hecho popularísimo entre las masas que lo adoraban tanto por su elocuencia (era discípulo de Sócrates) como por su belleza. Con razón podía la gente poner sus esperanzas en él, ya que como general era brillante y eso es una cualidad que en medio de una guerra puede catapultar a una nación a un futuro glorioso. Sin embargo y a diferencia de su tío, no era un patriota, no era un hombre con unos principios o ideas. Su objetivo no era Ganar la guerra por su polis, sino para obtener el poder político. Ambición era su rasgo más característico. Fue todo esto lo que le motivó para persuadir a los atenienses de abandonar el armisticio y atacar Siracusa.
Por desgracia para ellos no se permitió a Alcíbiades comandar en solitario la expedición ateniense y se le envió junto a otros 2 generales con los que habría de compartir el mando y con los que no se ponía nunca de acuerdo. Al poco tiempo sus rivales en Atenas consiguieron hacerlo procesar por unas acusaciones de impiedad, y el general más capaz de todos cuantos tenían fue retirado del campo de batalla dejando la situación en manos de los otros dos (siendo uno de ellos Nicias, que había sido el artífice del armisticio años antes y para el que su violación suponía un crimen).
El asedio de Siracusa no pudo ir peor, y a la ineptitud de los generales se sumó la ayuda espartana a los sitiados. El resultado fue la aniquilación completa del ejército ateniense. Perdieron unos 25000 hombres y más de 100 naves. Apenas hubo supervivientes. Era un golpe mortal. En una sola acción Atenas había perdido a casi toda su fuerza marítima y terrestre a lo que hubo que añadir que sus antiguos aliados, ya no sujetos por el temor a una reacción militar, comenzaron a sublevarse contra su cruel amo, y la ciudad ya privada de suministros no podía mantener a su población indefinidamente.
Pese a todas estas desavenencias Atenas hizo milagros y en un tiempo récord consiguió reponer gran parte de su flota y rehacer sus maltrechas filas, entrando en la última fase de la guerra de la guerra del Peloponeso que aun duraría unos 10 años : Las guerras de Decelia.
En este periodo se sucedieron varias batallas importantes por tierra y mar, donde Atenas dio lo mejor de si, y consiguió dar un vuelco a la dramática situación en la que se vio tras el asedio de Siracusa, en gran parte gracias a dos comandantes excepcionales que liderarían la urbe tras la guerra : Trasíbulo y Conón.
Sin embargo los espartanos recibieron algo de ayuda adicional de un atiguo enemigo; los persas. Estos estaban aterrados frente a la idea de ver de nuevo a una Atenas poderosa que ejercía de dueña del Egeo, por lo que pese a algunos titubeos financiaron decididamente al bando espartano e incluso aportaron barcos, hombres y material al esfuerzo bélico.
Por otro lado los espartanos tampoco estaban mal dirigidos, pues no solo contaban con el experimentado Lisandro, que se había mostrado muy hábil haciendo de almirante, sino con el también magnifico rey Agesilao II (hermano del fallecido Arquidamo) y que simplemente era un genio militar. También contaron adicionalmente durante un periodo de tiempo con el asesoramiento de Alcíbiades, que tras sus problemas con la justicia tras el incidente de Sicilia, decidió traicionar a sus paisanos y lleno de resentimiento y de ambiciones frustradas huyó a Esparta donde aconsejó maliciosamente que privasen a Atenas de las minas de plata de Decelia. Con ello se impedía a los atenienses obtener los metales preciosos que necesitaban para acuñar moneda y por ende para financiarse, lo que supuso un tercer golpe fatal para la causa ateniense, tras la peste y la catástrofe de Siracusa.
La suerte estaba ya echada, y pese a la victoria de la flota ateniense en la batalla de las Arginusas (en la que se dice que combatió el propio Platón) la derrota en Egospótamos fue la destrucción final de la marina de Atenas.
En aquel momento la ciudad era un cáos,empobrecida, llena de pesimismo y carente desde hacía mucho tiempo de gobernantes capaces, había demostrado que si bien la democracia tuvo sus ventajas, no pudo adaptarse a una situación de crisis y se reveló como un sistema ineficaz de decisión política que a la postre acabó en ruina.
En el año 404 a.C. las tropas espartanas sitiaron Atenas por tierra y mar. Sin posibilidad de salvación, los atenienses se rindieron incondicionalmente al empezar a morir de hambre. Entre las condiciones que los vencedores les impusieron estaban las de la demolición de sus murallas, el pago de una indemnización económica, y la sustitución del sistema democrático por otro oligárquico pro-espartano formando por 30 aristócratas, llamado el gobierno de los 30 tiranos (que fue posteriormente derrocado por Trasíbulo).
La edad de oro de Atenas había terminado y comenzaba un periodo de dominio espartano, aunque no duraría mucho. Como ya dije antes, a los griegos no les gustaban las potencias hegemónicas, y poco tiempo después los antiguos aliados de Esparta se unieron a los derrotados atenienses para acabar con la supremacía espartana, cosa que consiguieron de la mano del general tebano Epaminondas.
Sin embargo tras 30 años de guerra Grecia ya no fue la misma y si bien quedaban atrás las grandes obras y los inmensos teatros, política y militarmente jamás se recuperó, lo que sirvió de abono para que solo 50 años más tarde, el rey de un pequeño Estado llamado Macedonia, hiciese en un par de años, lo que los propios griegos no lograron jamás en toda su historia; la unificación de la hélade. Bienvenidos a la era de Filipo y Alejandro.
Para rematar, dejo 2 documentales increíbles sobre el tema; el primero es más corto y conciso, pues describe con mucha atención la batalla de Siracusa, y seguro que no deja a nadie insatisfecho:
Este otro es algo más largo pero más completo, y nos narra completamente la historia de Atenas, su ascenso y caída, que recomiendo ver para quienes quieran tener una visión más amplia del conflicto:
19 de octubre de 2013
El fin de una era : La guerra del Peloponeso
Etiquetado en :
Antigua Grecia,
Documentales
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