16 de febrero de 2013

Lúculo : un conquistador de la República

Las fuentes antiguas no nos han dejado un retrato muy detallado de la infancia y la juventud de Lúculo, y pese a sus logros, hoy en día apenas es un personaje conocido salvo por sus extravagancias en la mesa, pero tampoco resulta sorprendente habiendole tocado vivir en el siglo de Julio César, de Pompeyo, de Sila o de Catón, por ello vamos a darle su merecido reconocimiento y a resaltar su huella en la historia de Roma, pues los territorios que él anexionó, quedarían bajo control del imperio hasta el año 1453, cuando Constantinopla fue tomada por los Turcos.


Lucio Licinio Lúculo nació en Roma sobre el año 118-119 a.C, en el seno de una de las familias nobles de Roma, y por tanto destinado a desempeñar cargos importantes en su futura carrera política. Sin embargo, pese a su aristocrática cuna, su padre había caído en desgracia durante su infancia, y toda la alta sociedad romana se divertía murmurando chismes sobre los amantes que se decía tenía su madre. En verdad no parecía este un comienzo muy prometedor, cuando estalló en Italia la llamada guerra social entre Roma y sus aliados italicos a los que la república, negaba la ciudadanía romana. El joven Lúculo que contaría con unos 20 años, curso sus estudios con provecho y bajo el mando de Lucio Cornelio Sila se distinguió como buen y valeroso soldado.

Unos años después siguió a este en la guerra civil contra Mario, consiguiendo sus buenos laureles y al partir Sila para Grecia en el año 87a.C., durante la primera guerra mitridática, le encargó el mando de la flota romana en el Ponto, donde Lúculo se reveló como un magnifico estratega derrotando a un enemigo muy superior, permitiendole a su mentor desembarcar su ejército en Asia Menor y forzar la rendición de Mitrídates VI rey del Ponto. De vuelta en Roma, con Sila convertido ya en dictador, Lúculo ascendió rápidamente alcanzado primero el rango de edil, inmediatamente después la pretura y por último el consulado en el año 74 a.C, cargos todos ellos para lo que demostró tener un talento y una competencia excepcional como administrador pese a no ser un personaje popular debido a su carácter oscuro y aristocrático, algo snob como se diría hoy.

Sin embargo, al ser uno de los antiguos favoritos del régimen dictatorial de Sila, corria el evidente riesgo de que su estrella política desapareciera con la retirada de su valedor. Por fortuna para él, Mitrídates había estado aprovechando el tiempo para el desquite con Roma, y su reino se le quedaba siempre demasiado pequeño para sus ambiciones, por lo que ya seguro de obtener la victoria y tras una cuidadosa preparación, invadió la provincia romana de Bitinia con grandes fuerzas y habiendo establecido una alianza con el rey de Armenia, Tigranes "el grande", que a la sazón era el más poderoso de los reyes del antiguo oriente helenístico,un gran soberano que tras ganar sus buenas guerras, transformó a la pequeña Armenia, poblada de pastores, en una belicosa y gran nación.

La respuesta no se hizo esperar. Lúculo fue enviado con la misión de acabar con el rebelde, cosa que hizo en una enorme campaña que le llevaría 8 años y que es conocida como la Tercera guerra mitridática (74-68 a.C.). Fue una ardua empresa, donde tras desembarcar en Bitinia, recuperó el control de la situación en poquísimo tiempo pese a encontrarse en inferioridad numérica persiguiendo y poniendo en fuga a Mitrídates, que se retiró de ciudad en ciudad hasta invadir su reino por completo. Por último le obligó a huir al vecino reino de Armenia, donde su yerno y aliado Tigranes le brindó su ayuda y se propuso restituirle en el trono. Lucúlo no se lo pensó dos veces, e invadió también Armenia, derrotando al ejército de Tigranes en la colosal batalla de tigranocerta. Allí marchó con unos 15.000 legionarios veteranos frente a 100.000 enemigos, los masacró y convirtió a esta una de las más brillantes victorias que conseguiría Roma en Oriente, a la vez que se convirtió en el primer general romano el llegar al Éufrates.

Naturalmente, Tigranes no tardo en rendirse y firmar la paz con los romanos, mientras el pobre Mitridates, ya sin cobijo, sin reino, y sin recursos, se retiró exiliado al Ponto Euxino. Pese a tales logros, esto no le bastó al ambicioso Lúculo, que impuso el dominio romano sobre toda Anatolia, redujo a Estado vasallo a la vencida Armenia, se anexionó el norte de Siria y ejerció un control ferreo sobre el nuevo territorio, instaurando una sólida administración y un buen sistema de recaudación de impuestos que hicieron de las nuevas provincias, una de las zonas más productivas para Roma.

Todos los reyezuelos, o ciudades que quisieron rebelarse, fueron inmediatamente suprimidos, la oposición aplastada e incluso parece ser que planeó la conquista del imperio parto. Sin embargo su suerte se había terminado, sus soldados nunca lo amaron y tras años de marchas y fatigas, combatiendo contra un enemigo que aparentemente no tenía fin, el ejército se amotinó, lo que impidió que concluyese su obra y que dió al Senado un pretexto para sustituirle en el mando, puesto que el éxito ajeno, siempre despierta la envidia y la sospecha de quienes no lo disfrutan y anhelan para si. Por lo que privado de merecida gloria, (aunque no de botín) fue cesado y obligado a volver a Roma, siendo relevado al mando de sus tropas por Pompeyo, que no se hizo de rogar y aprovechó bien la situación y las victorias de Lúculo para someter todo el Mediterraneo oriental (ni que decir tiene que estos dos hombres se odiaron, como casi todos los grandes protagonistas de la Roma del siglo de César).

Pese a todo, fue en su retiro cuando en verdad se hizo famoso, tanto para sus coetaneos como para la posteridad, pues de sus años de campañas volvió a casa con unas riquezas inmensas, fruto de los despojos del enemigo y tan cuantiosas como las de los reyes a quienes se la robó. Las aprovecho muy bien y sin tacañería en no privarse de nada. En primer lugar, se hizo construir varios gigantescos palacios ( uno para cada época del año), de un lujo a toda prueba, equipados con cientos y miles de sirvientes para atender todas sus necesidades y provistos de piscinas y lagos enteros de uso exclusivo. Después hizo reunir a los mejores cocineros y cheffs del momento, capaces de satisfacer cualquier gusto, y sobre todo su recientemente adquirida gran pasión: la comida.

Le gustase o no, pasó a la historia, como maestro y comensal de los más pantagruelicos y míticos banquetes imaginables, donde participaba lo más selecto de la clase alta romana y se degustaban platos más cáros, extravagantes y exquisitos. Debía de ser algo así como así como tener el Bulli en casa y a Ferran Adriá de esclavo en la cocina, por supuesto bajo el inmisericorde látigo y siempre listo para cualquier capricho de su amo, a cualquier hora del día o de la noche.

Fue por aquella época cuando empezaron a circular numerosas anécdotas y leyendas sobre la mesa de Lúculo, ya apodado "el glotón", siendo famosa aquella vez, que se dice obligó a sus esclavos a preparar un banquete para varias personas encontrándose solo y cuando estos le increparon extrañados de su actitud, este contestó que la razón es que... -"hoy Lúculo cena con Lúculo!".
Desgraciadamente nuestro protagonista no las sobrevivió mucho tiempo. En efecto murió ya viejo y enfermo (al parecer padecía algún tipo de demencia) en el 56 a.C. mientras Julio César se encontraba conquistando las Galias, y haciendo pequeños todos los triunfos de los demás, pasados, presentes y también futuros.

Pese a todos sus defectos y sus muchas más virtudes, Lúculo siempre sobresaldría como uno de los mejores y más brillantes generales de la historia, pero, como tan a menudo ocurre, acabó traicionado por la fortuna.

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