Mi nombre es Antonio. Ahora soy un hombre, pero otrora fui un dios y esta es mi historia :
yo desciendo de la familia Antonia. Cuando nací, Roma ya no era lo que, según contaban mis mayores, había sido en otro tiempo. La verdad es, que todo eso me da igual, tampoco recuerdo muy bien mi infancia.
Desde que tengo memoria, nunca me han interesado los temas enrevesados, más propios de filósofos y sabandijas que de auténticos hombres. Mientras todo el mundo se mataba en nombre de la plebe, los dioses y la urbe, yo prefería divertirme en los suburbios y contemplar el fabuloso circo que se había montado a mi alrededor. Solo necesitaba (como sigo necesitando) vino, mujeres y dinero. No obstante una vez esa interminable lucha política me afecto directamente, cuando esa rata de Cicerón ordenó matar a mi padrastro, Léntulo, al que tenia algo de aprecio..
Al alcanzar la edad viril, comencé a sentir algo de interés por la política (a la que por destino estoy destinado), en particular suscitado por un hombre, que además era pariente mio, de la familia Julia y de nombre César. Así pues participé en las revueltas callejeras de esos años por toda Roma, un poco por ideas y bastante por que adoro la batalla, en todas sus formas. Pero como siempre, las serpientes han tratado de morderme toda la vida y acuden a mi con inmundos pretextos acerca de dinero o de la sangre de no se que fulano que mate en el foro… y me tuve que marcar a Grecia, lugar que considero como el más aburrido de la tierra, solo soportable por la abundancia de sus burdeles y sus esplendidos muchachos.
Fue allí donde descubrí mi verdadero camino. Hasta ese momento no me planteaba seriamente alistarme en el ejército, ya que yo no sirvo para obedecer sino para ordenar, pero fue la única salida que tenía de esa cloaca. Además, la cosa prometía pues me destinaban a Judea, donde se había iniciado una revuelta. Se me dio bien. Seguramente por que nunca le he temido a la muerte, y además, tengo algo dentro que me arde en las venas cuando empuño la espada, y que me hace invencible aunque no sé cómo explicarlo.
Poco después participé en otra campaña en Egipto. Fue estando aun allí, cuando me llegaron noticias sobre la guerra que se estaba librando en Galia y partí como voluntario de inmediato, no solo por que quien la lideraba era el único hombre al que e respetado sino por que, la guerra es mi vida. Yo soy la guerra personificada. Soy un dios de la guerra.
De César aprendí mucho, pero me fastidió siempre ese afán de querer ser tan caballeresco y escrupuloso. Compartí, y comparto su ambición, pero él no sabia disfrutar la vida y me recriminaba a menudo el hacerlo yo. Bajo su mando llegué a general y sin duda fui su mano derecha, me necesitaba, conocía mi talento.
Juntos masacramos a los bárbaros y luego nos tocó atacar la misma Roma por la que decimos luchar, pero de la que en verdad nos queríamos apoderar. Disculpad, pero no puedo evitar la reír al hablar de estas cosas.
En la campaña contra Pompeyo me vi, a menudo, en situaciones que odio , precisamente por culpa de César. Se obstinaba en otorgarme misiones de chambelán, a mi ¡a un soldado!. Cierto es que ostente los mayores honores del pueblo romano, pero cuando me dejaba a cargo de la ciudad enfurecía por que yo liquidaba a nuestro enemigos y reprimía las revueltas, que en definitiva son una afrenta. Su maldito intento de demostración moralizadora de grandeza, perdón y compasión, que desprecio con toda mi alma, le acabaron llevando a la tumba. Pero hasta entonces tuvimos grandes conflictos personales que influyeron en mi concepción de él. Por fin lo vi claro, Roma no necesitaba a César, ni a ese bastardo que, a traición, nombró su hijo. Roma me necesita a mi.
Los dioses debieron pensar igual, porque, el asesinato de mi amigo y en cierta forma mentor, me enfureció y entristeció, pero también me dejó el camino libre hasta la cima de los hombres.Naturalmente, y como de costumbre, todos trataron de destruirme, e incluso César, prefirió dejar su legado a un mocoso que tenía por sobrino antes que a mi. Este se llamaba Octaviano, y rápidamente mediante mil ardides se alió con el senado y se apoderó de la ciudad obligándome a huir hacia el norte. Pero con mi ejército podía vencer a quien fuera y preparé mi venganza sobre la ciudad, que se antojaba como una tormenta de muerte y una orgía de sangre. Mataría, mataría y mataría.
Al final, no pudo ser así, ya que el mismo Octavio me ofreció una alianza, viendo que no era capaz de hacer nada por su cuenta. Solo era un niño con delirios de grandeza. Establecimos un triunvirato, junto con otro estúpido llamado Lépido y después batí a los asesinos de César y a todos los que les habían apoyado. Una de las cosas que más satisfacción me han producido en la vida fue matar a Cicerón. Contemple su cabeza largo rato y solo la mandé retirar cuando empezó a oler mal.
Llegados a este punto solo tenía que ocuparme del muchacho. De todas formas, tenía que hacerlo de forma que pareciese un libertador y no un tirano. Aprendí esa lección en los idus de Marzo, delante de un gran charco de sangre. Por ello propuse repartir la república entre los 3 e irme a oriente, donde conquistaría Partia, reuniría un ejército y retornaría como héroe libertador, después de que la insaciable plebe hubiese destruido a mi colega Octavio, al que pensaba cortar el suministro de grano.
Pero todo cambió el día en conocí a Cleopatra. Ha sido lo más importante de mi vida. Es la reina de Egipto y había sido la amante de César, del cual tiene un bastardo. Me enamoré. Ni siquiera sabia que era eso antes de conocerla. Generalmente solo me interesan las mujeres para fornicar, pero en ella había algo que me atraía locamente y estoy seguro de que ella me correspondía del mismo modo. Así que me marche con ella a Alejandría y creo que por primera vez en mi vida fui feliz. Nos divertíamos bastante, y mientras a esperar a que mis enemigos se destruyeran entre si , los cuales maquinaban sucios planes y difundían calumnias sobre mi y mis hijos con Cleopatra en Roma para poder declararme la guerra.
Al fin esta se produjo y nuestro ejércitos emprendieron la conquista de un mundo que nos estaba reservado. O eso creía. Los dioses me habían abandonado y por primera vez en mi vida conocí la derrota. La guerra se ha perdido y mi destino condenado. Ahora estando yo solo maldigo al cielo, y empuñando la espada aguardo una muerte que me esta a punto de llegar. Nunca he tenido miedo, pero le fallé a mi amor y fracasé en mis sueños. Con todo, lo hice lo mejor que pude. Solo me inquieta una cosa... ¿Que dirán de mi cuando la oscuridad me envuelva?.
Mi nombre es Antonio y fui un dios.