15 de mayo de 2014

Restitutor Orbis, Lucio Domicio Aureliano

Decía Gore Vidal a través de uno de sus personajes en una novela, que "un héroe debe cuidar de su propia memoria, por que nadie más lo hará". Y efectivamente, la memoria colectiva que es la historia, a menudo, trata injustamente a sus protagonistas o aun peor, los condena a vivir en la penumbra, medio sumergidos en una completa oscuridad. Este es el caso del emperador Aureliano, un hombre formidable, a quien sin embargo la posteridad no ha tratado con la importancia que se merece, y que siguiendo los pasos del sabio orientalista Iban Morris, hoy aquí, honraremos la nobleza de su fracaso.

Lucio Domicio Aureliano nació en Sirmio, en Iliria, una región difícil de vida dura, tierra de agrestes pastores, acostumbrados a las razzias de las tribus del otro lado del río Danubio. De lo único que podemos estar seguros es de que por escuela tuvo el cuartel, y de que el ejército romano fue toda su vida. Precisamente, en el momento en que Aureliano se incorporaba a filas, comenzaba el periodo más caótico de la historia romana, un periodo llamado de anarquía militar, donde los emperadores eran proclamados, depuestos y asesinados por los soldados, que en estado de perpetua guerra civil, desangraron el Estado romano hasta el punto de dividirlo y de quedar hostigado por doquier. Desde la muerte del emperador Alejandro Severo en el año 235, sus sucesores no solían durar en el cargo más de unos pocos meses, o a lo sumo unos breves años, y todos encontraban un final violento, la mayor parte del tiempo a manos de sus propias tropas. La verdad es que incluso un historiador experto se vuelve loco teniendo que recordar los nombres y la cronología de todos los emperadores romanos que se fueron alternando en los siguientes 50 años.

Es en medio de esta caótica experiencia donde se formó Aureliano. Debió de marcarle profundamente ver cómo el mundo romano se iba desintegrando y la disciplina militar desapareciendo, gracias a las generosas dádivas que los usurpadores iban otorgando para comprar la lealtad de los ejércitos. Aureliano era un hombre físicamente muy fuerte, poseía un magnifico dominio de la espada por lo que se gano el mote de "manus ad ferrum" que significa mano sobre la espada (aunque hay autores que no defienden la literalidad del nombre), también era un hombre honrado e inteligente y sobre todo tenía una voluntad inquebrantable. Sin embargo no fue un visionario como Diocleciano, ni un reformador, sus ideas políticas eran las de un militar, es decir, autoritarias, conservadoras, pragmáticas y a menudo insensibles e inconciliables con las posturas de otros.

Su ascenso al poder comenzó bajo el mandato del emperador Galieno. Por entonces Aureliano ostentaba el grado de general de caballería, un cargo importante, gozando de fama de buen estratega a parte de haberse ganado el respeto de los soldados que comandaba. Por desgracia para Galieno, no le brindaban el mismo amor a su emperador, y en el transcurso de una revuelta, se organizó un complot que tuvo éxito y que acabó con su vida. Se discute la participación del alto mando y de Aureliano en todo esto, pero parece difícil que un hombre de su posición no estuviese enterado. Pese a todo aun no era su momento y el ejército proclamó como nuevo emperador a Claudio II, el primero de los emperadores ilirios, pues a parte de ser el superior de Aureliano, también era su compatriota.

Claudio era un hombre capaz a la vez que buen general, y a penas ceñida la corona solo tuvo ocasión de tomar dos decisiones durante su reinado, la primera ascender a Aureliano al puesto de Magister Equitum, o comandante supremo de la caballería y en la práctica su mano derecha, y la segunda la de salir en campaña contra los godos que llevaban años haciendo correrías por Dacia y Tracia, a los que sin no pocas dificultades venció en una gran batalla ganándose el título de "gótico". Desafortunadamente no pudo disfrutar de las mieles de la victoria, ya que un rebrote de la peste en el año 270 puso fin a su vida y resulta obvio hacia donde miró el ejército en esta hora de dificultad. Efectivamente Aureliano era con creces la mejor esperanza del maltrecho imperio y tras un corto periodo de inestabilidad, regresó a Roma donde fue proclamado Augusto.

Ahora que ya nos situamos en la entronización de Aureliano, es hora de detallar la situación a la que tenía que hacer frente. Bajo el desastroso gobierno de Galieno, el imperio romano no solo se veía acosado por los enemigos externos (germanos y persas) sino que se había dividido en 3 partes. Por un lado, en la Galia, un general rebelde llamado Póstumo se hizo con el control de casi todas las provincias occidentales y durante 15 años lo dirigió como un Estado independiente y autónomo, aunque siguiese siendo parte del mundo romano. En el este había pasado algo peor si cabe. Zenobia, reina de Palmira, (una poderosa ciudad de la provincia de Siria), tras el debilitamiento de la autoridad central debido a las innumerables guerras civiles, había decidido hacerse con el control, y coronó a su joven hijo emperador, a la vez que se anexionaba Egipto y casi todo el oriente. Así pues a Aureliano solo le quedaba la franja central, es decir Italia, África y los balcanes.


A la vista de esta situación, lo primero que se propuso fue asegurar su parte del pastel, y marchó a los Alpes, donde masacró a todas las tribus de germanos que aun seguían acosando al imperio. Inmediatamente después decidió que era la hora de acabar de una vez por todas con los usurpadores Galos. A la sazón Póstumo estaba ya muerto y su lugar era ocupado por Tétrico, un hombre bastante gris en todos los sentidos. No le fue difícil a Aureliano someterlo tras algunas refriegas, y reincorporar Europa al dominio de Roma, lo que aumentó considerablemente su poder y sus recursos, aunque también sus problemas.

Pese a estos éxitos, aun quedaba lo más peligroso, vencer a Zenobía. Ésta, a sido a menudo compara con Cleopatra por su belleza e inteligencia, poseedora de una ambición inmensa así como los medios suficientes para satisfacerla. Por un lado contaba con una parte del ejercito regular romano, por otra, le adhirió un elemento nuevo, los catraphactos, caballería pesada revestida completamente con una armadura compuesta, muy resistente y versatil que los hacía temibles. Con estas fuerzas en su contra, iba a resultar complicada la tarea y es ahora donde el emperador iba a tener que mostrar toda su fuerza y su capacidad, siendo consciente de que para alguien de su posición en el siglo III, la derrota suponía ser asesinado por sus propios hombres, lo que no le dejaba mucho margen de actuación, cumpliéndose aquello de vencer o morir.

A Aureliano le acompañaba un ejército considerable, unos 100.000 hombres curtidos por las recientes batallas. El primer encuentro importante con las fuerzas de Zenobia, se produjo en la ciudad de Antioquía, la puerta hacia Siria. No fue un momento agradable por que la caballería de Palmira superó a la romana, sin embargo los legionarios de Aureliano se mantuvieron firmes y se hicieron con el campo pese al revés sufrido.Tras asegurarse la provincia y cortar a Zenobia de sus demás posesiones orientales, puso al fin sitio a la ciudad, aunque no duró mucho, pues viéndose ya perdida, la reina huyó en dirección a Pérsia, aunque a su pesar fue capturada poco antes de cruzar el Éufrates. Con este tremendo éxito Aureliano, manus ad ferrum, volvía a unificar el mediterraneo bajo el cetro de Roma, poniendo fin a una crisis que pudo perfectamente haber acabado con el Imperio Romano 200 años antes de su cruel final.

Hay que comprender en profundidad la gravedad de la situación a la que Aureliano y el mundo romano se enfrentaron. Un imperio dividido en tres partes, un alud de tribus germánicas asaltando las fronteras, la moneda en una espiral de deflación, las ciudades en ruinas, la peste causando estragos entre la población y los ejércitos devastados en guerras intestinas. Frente a este panorama muchos romanos, el emperador incluido, se sintieron castigados por los dioses, abandonados a su suerte, por eso una de las primeras cosas que hizo Aureliano una vez reunificado el imperio fue consagrarse a un nuevo dios que él mismo creó,y del que se hizo una especie de profeta, el sol invicto, un sincretismo religioso entre las antiguas deidades greco-orientales y el nuevo monoteísmo cristiano cada vez más presente en la sociedad, que junto a la filosofía neoplatónica, buscaban en última instancia la simplificación de las creencias preexistentes en busca de un creador y un fin último que pese a sus múltiples manifestaciones fuera origen de todas las cosas. En esta época el neoplatonismo y el cristianismo se retroalimentan al mismo nivel que se combaten, lo que ideológicamente no benefició en nada al imperio y peor, acabó en persecuciones y matanzas de toda clase.


De vuelta en Roma en el año 274, tras solo cuatro años de reinado, Aureliano volvía con toda la gloria de quien ha devuelto a la urbe a su legítima posición, y por ello el senado le otorgó el título de "Restitutor Orbis", restaurador del mundo, lo que me recuerda mucho al caso de Mario, que tras salvar a Roma fue nombrado Segundo Camilo, o tercer fundador de la ciudad, lo que de algún modo hace de Aureliano el cuarto.También volvió con un considerable botín, con el que financió un triunfo tremendo en el que exibió a Tétrico y a Zenobia cubiertos de cadenas como muestra palpable de su victoria. Aunque una muestra más de su confianza en sí mismo y de la contundencia de su victoria fue el hecho de que perdonó la vida de ámbos y les permitió incluso vivir en una relativa libertad. Sin embargo y pese a tantos éxitos, ahora le tocaba afrontar una tarea si cabe más compleja que la anterior, la de gobernar y reformar el imperio.

A parte de la reforma religiosa que vimos antes, otra de las cosas que emprendió este infatigable hombre fue la reforma de la administración y un intento de centralización del poder, limitando así la capacidad de posibles usurpadores. No me cabe duda que Diocleciano le conoció y sin duda debió de sentirse muy impresionado por el temperamento y las ideas de Aureliano. En definitiva quería dejar la apariencia de cumplimiento de las viejas formas que caracterizaba al principado y sustituirlo por un sistema más autocrático y eficiente, es decir, acabar con las décadas de anarquía política. Por otro lado también empezó a entender que el ejército romano estaba demasiado débil para defender las fronteras y le cedió la provincia de Dacia a los godos, a la vez que ordenó amurallarse a todas las ciudades del imperio.

Esta fue una medida trascendental para Europa, pues es el mejor indicador de que la pax romana se desvanecía y de que la era de los castillos y las ciudades fortificadas de la Edad Media comenzaba a cobrar forma. Con esta medida incluso la propia Roma se amuralló, algo que hasta entonces nunca hizo falta, pues más que el las piedras, el imperio siempre dependió de un brazo fuerte y del valor como mejor defensa.Una vez atendidas las más acuciantes necesidades defensivas del imperio, la siguiente batalla iba a ser contra la corrupción, contra la que Aureliano tomo una serie de medidas contundentes que le granjearon el odio de no pocos perjudicados, entre ellos los pretorianos. 

Aunque las amenazas más graves estaban momentáneamente apaciguadas, aun había un peligro que asomaba por el este en la forma del imperio persa sasánida, siempre presto a aprovechar las debilidades de los romanos para anexionarse algún que otro territorio, cosa que Aureliano no iba a consentir. Así que marchó al frente de sus tropas para hacer aquello que mejor se le daba, la guerra. Lamentablemente, el destino no iba a estar esta vez de su parte, y al igual que todos sus predecesores antes que él, fue víctima de un oscuro complot que acabó con su vida en su quinto año de reinado.

No sabemos ni quien lo instigó ni el por qué, ya que Aureliano era un hombre muy popular y victorioso en el combate. Algunas fuentes hablan de un secretario del emperador como el promotor del asesinato, aunque no se puede confirmar. Lo que sí es cierto, es que Roma perdió a un hombre al que le tocó vivir en una época muy complicada, pero que estuvo a la altura. Diocleciano proseguiría su obra política 10 años más tarde y el imperio vería cómo la estabilidad se recuperaría relativamente bien.

No fue un Julio César, ni tuvo tiempo de convertirse en un gran soberano, pero salvó al Imperio romano tanto de sí mismo como de los demás, y para un emperador, no puede haber mejor epitafio.

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