La ciudad de Bizancio fue fundada como una colonia griega, alrededor del año 667 a.C., sobre los cimientos de Ligos, población situada en la entrada del estrecho del Bósforo. Cuenta la leyenda que la ciudad debe su nombre a su fundador, Bizante, hijo de la ninfa Ceróesa, que era, a su vez, hija de Ío y Poseidón.
Debido a su ubicación estratégica, Bizancio controlaba las rutas marítimas y el comercio entre los Balcanes, el Egeo, el norte de África y Asia Menor. Este hecho la llevaría a convertirse en una de las ciudades más grandes que el mundo haya conocido, pero también en una de las más codiciadas por tiranos y conquistadores, por lo que sería asediada en multitud de ocasiones. Un ejemplo de ello serían las constantes tentativas de Atenas y Esparta de subyugarla o conseguir su alianza a lo largo de los siglos V y IV a.C.
En el año 340 a.C., Filipo de Macedonia, en su intento de lograr la hegemonía sobre todas las polis griegas, asedió Bizancio, pero, tras un largo asedio, se vio obligado a batirse en retirada por el general ateniense Foción. Durante el reinado del hijo de Filipo, Alejandro Magno, entre el 336 y el 323 a.C., la ciudad se encontró bajo dominio macedonio. A pesar de ser una urbe próspera y poderosa, estaba rodeada de feroces enemigos que la acechaban y atacaban incesantemente, por lo que en ocasiones tuvo que recurrir al pago de tributos para evitar ser invadida.
Durante las tres Guerras macedónicas, entre los siglos III y II a.C., Bizancio prestó ayuda a los romanos, por lo que recibió el título de confederada y le fue otorgado el estatus de ciudad libre en el año 191 a.C. Poco después se incorporó a la provincia romana de Tracia, cuya gran extensión, primordialmente rural, carecía de ciudades importantes y cosmopolitas como Bizancio.
Debido a su ubicación estratégica, Bizancio controlaba las rutas marítimas y el comercio entre los Balcanes, el Egeo, el norte de África y Asia Menor. Este hecho la llevaría a convertirse en una de las ciudades más grandes que el mundo haya conocido, pero también en una de las más codiciadas por tiranos y conquistadores, por lo que sería asediada en multitud de ocasiones. Un ejemplo de ello serían las constantes tentativas de Atenas y Esparta de subyugarla o conseguir su alianza a lo largo de los siglos V y IV a.C.
En el año 340 a.C., Filipo de Macedonia, en su intento de lograr la hegemonía sobre todas las polis griegas, asedió Bizancio, pero, tras un largo asedio, se vio obligado a batirse en retirada por el general ateniense Foción. Durante el reinado del hijo de Filipo, Alejandro Magno, entre el 336 y el 323 a.C., la ciudad se encontró bajo dominio macedonio. A pesar de ser una urbe próspera y poderosa, estaba rodeada de feroces enemigos que la acechaban y atacaban incesantemente, por lo que en ocasiones tuvo que recurrir al pago de tributos para evitar ser invadida.
Durante las tres Guerras macedónicas, entre los siglos III y II a.C., Bizancio prestó ayuda a los romanos, por lo que recibió el título de confederada y le fue otorgado el estatus de ciudad libre en el año 191 a.C. Poco después se incorporó a la provincia romana de Tracia, cuya gran extensión, primordialmente rural, carecía de ciudades importantes y cosmopolitas como Bizancio.
Al estallar la guerra civil entre Lucio Septimio Severo y Cayo Pescennio Níger, tras el asesinato de Cómodo en el año 192, Bizancio se puso de lado de Níger, por lo que fue severamente castigada por Severo al terminar el conflicto. Éste, irritado por su osadía, le arrebató el gobierno local y se lo ofreció a Perinto, la despojó de todos sus privilegios, destruyó las murallas, la saqueó y masacró a la población. Esto, unido a la masacre de todas las familias antiguas por orden del emperador Galieno en el año 262, supuso un golpe del que no se recuperaría del todo hasta la subida al poder de Constantino.
Erigido como vencedor y nuevo emperador del Imperio Romano, Constantino I, el Grande, mandó construir la nueva capital del Imperio sobre los cimientos de Bizancio, a la que llamó «Nueva Roma», pero que se conocería popularmente como Constantinopla. La ciudad se extendía sobre siete colinas a semejanza de Roma y se estima que para su construcción se utilizó a más de 40.000 trabajadores. Finalmente, tras seis años de espera, la ciudad fue inaugurada por Constantino en mayo del año 330, aunque las obras no finalizarían hasta el 336. Se levantaron iglesias cristianas, se importaron obras de arte desde los confines del Imperio, etc.; Constantino no reparó en gastos con el fin de crear una capital universal. La población de la ciudad, en un principio de unos 30.000, un siglo después de su inauguración llegaría al medio millón, convirtiéndose así en la ciudad más grande del mundo. Por todo ello, la magna urbe fue denominada Basileuousa Polis ‘Reina de las ciudades’, baluarte de la cristiandad ortodoxa y heredera del mundo clásico.
En el plano militar, todos los intentos de tomar la ciudad resultaban infructuosos al chocar las tropas enemigas contra sus inexpugnables muros, cual olas turbulentas contra un acantilado. Pero en ocasiones ni siquiera sus altos muros eran defensa suficiente. Un ejemplo de ello es el tributo que la ciudad se vio obligada rendir a los hunos, a mediados del s.V, con tal de que no fuera atacada.
Constantinopla fue tomada por primera vez en 800 años en abril del año 1204, cuando, en un vil acto de traición y de engaño, los ejércitos de la Cuarta Cruzada la tomaron por asalto, dedicándose al saqueo y al pillaje durante tres días. A partir de este momento el Imperio del este iría paulatinamente perdiendo su poder hasta que, en el año 1453, finalmente sucumbió bajo los cañones de las ingentes hordas turcas, pero no sin antes ofrecer una resistencia heroica sin precedentes.
Lo lamentable es que Constantinopla, al verse incapaz de contener el avance turco, pidió auxilio a occidente, sin embarco, las potencias occidentales prefirieron no hacer nada y ver cómo una de las maravillas del mundo y único obstáculo que se interponía entre los turcos y Europa agonizaba lentamente hasta su final derrota.