Con el ascenso del principado romano y a pesar de cierto velo de legalidad, lo que se estaba instaurando era una dura dictadura militar. El protagonismo político quedó pues en manos de un solo hombre, Octavio Augusto, que asumió formalmente su título de emperador en el año 27 a.C. naciendo con ello para Roma no solo una nueva forma de entender el mundo, sino todo un universo que giraba en torno a su líder.
Para los romanos, cualquier aspecto de la vida tenia un sentido profético-místico y existía la firme creencia de que el destino del imperio estaba siempre ligado al del emperador, por lo que su persona era sagrada, a menudo deificada, dependiendo del carácter del César de turno si su seguridad personal era un objetivo esencial para mantenerse en el trono o algo accesorio ligado al cargo.
Generalmente triunfó la primera opción puesto que ya desde el comienzo, la figura del emperador ya fue objeto de complots y bastantes intentos de asesinato, sublevación y derrocamiento que el noventa y nueve por ciento de las veces acababa en un baño de sangre y en una tremenda represión subsiguiente, que generaba varios miles de muertos y en el peor de los casos una guerra civil, lo cual a la postre llevaría al imperio a la ruina.
Para evitar tal desgracia, el primer emperador, Augusto, creó una guardia personal de élite que fue bautizada como la guardia pretoriana. Estaba en principio formada por unos 1000 hombres, ciudadanos romanos todos ellos, provenientes de los mejores y más destacados soldados entre las legiones. Acuartelados en Roma, y al mando de un Prefecto llamado del Pretorio, tenían como misión fundamental la custodia y protección del emperador y su familia, aunque poco a poco fueron actuando como una verdadera fuerza de policía y también de escolta para altos cargos. También intervenían en batalla si eran requeridos, y de hecho participaron notablemente en las campañas de Trajano y Marco Aurelio contra dacios y germanos.
Al ser la única unidad militar que existía dentro de Italia, su lealtad resultaba esencial para que los emperadores conservaran el trono y la cabeza, por lo que una de las primeras acciones que hacían al alcanzar el poder era entregar una buena cantidad de dinero a los pretorianos a modo de soborno. Naturalmente su influencia política (sobre todo en temas de sucesión ) era inmensa y creció a la par que el número de sus miembros que paso a ser de los 1000 iniciales a unos 5000 a finales del s. II. lo que produjo una tensa relación con un senado que aspiraba a ser la institución decisiva y que por desgracia para los buenos senadores, nunca consiguió imponerse del todo.
Las condiciones de vida de sus miembros era mucho mejor que la de sus hermanos legionarios. Para empezar, cobraban 4 veces más que los soldados ordinarios(unos 4000 sextercios), los oficiales por supuesto mucho más, y el tiempo de servicio obligatorio que tenían que cumplir era menor : para un soldado normal era de 25 años, mientras que los pretorianos solo cumplían 16. Sin embargo la instrucción era igualmente dura e incluía entrenamiento diario, marchas y ejercicios con jabalina y espada. Usualmente, para el ingreso, era necesaria una carta de recomendación por parte de algún alto cargo civil o militar que pudiese avalar al aspirante a tan anhelados puestos.
El prefecto del Pretorio se consideraba el segundo en la jerarquía imperial detrás del emperador, al que asistía en todo tipo de cuestiones y que siempre procuraba poner a alguien de su total confianza en el cargo, aunque esto no impidió que siempre hubiera cierto temor entre él y su guardia. Calígula o Nerón se lo debían todo, y lo que es más, cimentaban por completo su poder sobre el temor que infundía su guardia. En un principio hubo 2 prefectos, pero uno de ellos fue siempre primus inter pares y conservaba una notable autoridad sobre el otro como corresponde a una cadena de mando militar.
Existía a la par una pequeña unidad de caballería de élite funcionando como un cuerpo a parte, llamados los equites singulari augusti, todos de una lealtad extrema al imperio y un código de conducta muy superior al de los soldados de infantería.
Durante el Alto Imperio y hasta la muerte de Cómodo, los Césares pudieron mantenerlos relativamente bajo control ya que su poder era fuerte, pero con la crisis política y las guerras civiles del siglo III, los pretorianos hicieron su agosto, y se volvieron prácticamente ingobernables, siendo pagados por todos los ambiciosos que querían alcanzar la púrpura imperial y matándolos enseguida cuando dejaban de hacerlo. Septimio Severo tuvo que entrar con sus legiones en la ciudad, rodearlos, desarmarlos y sustituirlos por sus propios soldados.
Para terminar con la situación de anarquía, el emperador Diocleciano sabia muy bien que lo primero que debía hacer era eliminar a la Guardia Pretoriana como "lobbie" de poder, y por ello abandonó Roma, estableciendo una capital alternativa en la ciudad de Nicomedia, a la que dotó a su vez de una nueva guardia imperial conocida como los Shcola Palatina. Esto a los pretorianos no les debió de gustar nada, por que si bien no consiguieron matar a Diocleciano, si que intentaron recuperar su poder coronando cuando este murió a un nuevo emperador : Majencio. Sin embargo la partida no les salio bien, ya que en el año 306, Majencio fue vencido y muerto en batalla por Constantino I, que no se hizo de rogar e inmediatamente le puso punto y final a los tres siglos de historia de la guardia disolviéndola definitivamente.
Desde luego no fueron un modelo de virtud, y causaron muchos más problemas que soluciones para el Imperio y sus emperadores, pero fueron soldados temibles que han pasado a la historia envueltos en cierto tinte legendario, e inmortalizados en la columna de Trajano permanecen seduciendo a la posteridad.
26 de febrero de 2013
La guardia pretoriana
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