27 de noviembre de 2009

Orgullo y Prejuicios - Europa del este y Europa del oeste

Este y oeste… Así es cómo denominamos las dos partes iguales en que el meridiano de Greenwich divide el planeta Tierra. Pero lo que se va a tratar en las siguientes líneas tiene poco que ver con geografía; es una cuestión política. En el año 395 d.C. tuvo lugar un hecho trascendental para el devenir de Europa y, probablemente, para el mundo que conocemos hoy en día. La división del Imperio Romano. Ésta supone el génesis de una serie de disputas políticas y religiosas entre lo que hoy denominamos Europa del Este y Europa del Oeste.

El objeto de esta primera publicación, que forma parte de una obra mucho más extensa dividida en unidades temáticas, es exponer algunas de las principales causas que llevaron a la división de un imperio que había iluminado el mundo durante siglos. Para ello, debemos retrotraernos hasta Adriano, quien fue el sucesor del gran emperador de origen hispano, Trajano. A diferencia de éste, Adriano no se dedicó a labrar ambiciosos planes de conquista, sino a consolidar el poder en los territorios recientemente conquistados y a reforzar las fronteras del imperio.

Tras la muerte de Adriano, sus sucesores Antonino Pío y Marco Aurelio trataron de contener las numerosas incursiones de los pueblos bárbaros que campaban cerca de sus fronteras, entre los que cabe destacar a los marcomanos y a los partos, que eran especialmente problemáticos. Pero las guerras no eran el único mal que se cernía sobre el Imperio. Una terrible peste azotó con virulencia a la población que se veía mermada por miles diariamente. En su lecho de muerte, Marco Aurelio tomó la aciaga decisión de nombrar como su sucesor a su hijo Cómodo, rompiendo así con la tradición de nombrar como siguiente emperador a un hijo adoptivo, instaurada por Marco Coceyo Nerva. Cómodo, nefasto y vil, se dejó llevar por la lujuria y fue prontamente asesinado por su incompetencia.


A la muerte de Cómodo la sigue un breve período de anarquía, que termina cuando Septimio Severo, no perteneciente a la aristocracia romana, instaura la dinastía Severiana. Una nebulosa crisis se avecina, provocada por la sucesión de emperadores no necesariamente nobles, por medio de la espada. La inexorable decadencia del Imperio hace que éste empiece a desmoronarse. Una situación tan desesperante requiere medidas drásticas. Ante la imposibilidad de recuperar el control sobre los vastos territorios del imperio, Diocleciano crea una tetrarquía formada por dos Augustos y dos Césares. Tras la muerte de Diocleciano vuelven a reinar el caos y la discordia, hasta la aparición de Constantino I, el Grande, que, en el 324 d.C., volvió a unificar el Imperio y estableció como religión oficial de éste el cristianismo.

Muerto Constantino, la guerra fratricida que se desató entre sus hijos culminó con la victoria de Constancio, quien se convirtió en emperador único del Imperio. Pero esta situación no duró por mucho tiempo. Tras la muerte de su padre, los hijos de Teodosio I, Honorio y Arcadio, tomaron los territorios occidentales y orientales respectivamente, dividiendo de nuevo el Imperio.


Durante el siglo siguiente Roma sufrió continuas invasiones y saqueos por parte de pueblos bárbaros del norte, que huían en espantada impulsados por el terror que infundía la sangrienta e imparable marcha de los hunos liderados por Atila. Estos hechos llevaron a que, en el año 476, Rómulo Augústulo, último emperador del Imperio Romano de Occidente, fuese destronado por Odoacro, jefe de los hérulos. Roma había caído y una época de oscuridad envolvería a Europa durante centurias, a la espera de una nueva luz.
Escrito por Génesis

Este sitio está dedicado a la memoria de Indro Montanelli. Cualquier difusión de su contenido requiere permiso de su autor y mención a la fuente, siempre sin ánimo de lucro © 2015, Madrid.