27 de noviembre de 2009

El destino de Bizancio : La batalla de Mantzikert

Desde comienzos del siglo XI, el Imperio bizantino había vuelto a tomar la iniciativa militar frente a la marea de enemigos que lo rodeaban. Derrotó a búlgaros y árabes (recuperando algunas partes de Siria ), y se defendió con éxito de eslavos y turcos. Eran precisamente estos últimos los que ahora se empezaban a erigir como la amenaza más grave, pues la gran migración turca proveniente desde el Asia central llegaba ahora a las tierras de Anatolia para su inminente conquista.

Pese a todo esto no sucedía en mal momento: el ejército imperial era fuerte tras las reformas del emperador Basilio II la tributación se mantenía y la pacificación de la frontera del Danubio permitía al Imperio concentrar todos sus esfuerzos en un oriente donde el califato Abasí se desintegraba y no suponía ya una amenaza. En resumen, ésta era la situación cuando subió al trono el emperador Romano IV Diógenes en el año 1068.

Era muy joven, un excelente general , aguerrido, pero algo impulsivo, que luchaba en primera linea junto a sus soldados, pero inmediatamente le rodearon envidiosos enemigos y conspiradores que desde la corte y desde el propio ejército aguardaban la hora de traicionarlo y derrocarlo. Apenas comenzadas sus labores, recibía preocupantes informes desde Armenia y la frontera oriental no estaba segura estando siendo saqueadas las ciudades fronterizas y desbordando a las guarniciones enviadas para contenerlos.

Era pues necesaria una respuesta contundente que reafirmase el prestigio del renovado Imperio y dispersase de una vez y para siempre la amenaza de los jinetes nómadas turcos. Para ello el emperador entrenó un ejercito enorme, con grandes cantidades de tropas auxiliares mercenarias y lo mejor de la infantería y la caballería blindada bizantina, las catraphactas. Así pues marchó triunfalmente a través del imperio hasta llegar a la ciudad-frotaleza de Mantzikert en el lago Van, cerca de Armenia.

Una vez perdida la ciudad los turcos se reagruparon y al igual que sus enemigos, se dispusieron para la inminente batalla. El sultán Alp Arslan era un hombre sabio, entrado en años pero avalado por una vida de gran experiencia dedicada a la guerra. Las tropas turcas a diferencia de las griegas no contaban con mercenarios ni tenían otro estipendio que no fuese la rapiña del saqueo.Tampoco tenían una patria a la que retronar pues estaban siendo empujados por los jorezmios y otras tribus esteparias del Asia central , con lo que la idea de retirada no se barajaba por muy desfavorables que les fuesen las circunstancias.

Y realmente les eran desfavorables. Los bizantinos eran en torno a los 60.000 y contaban con equipo y vituallas de sobra además de ser lo mejor de los ejércitos griegos. Los turcos eran la mitad y solo contaban con jinetes-arqueros especializados en las tácticas de ataque rápido y retirada , no estando preparados para una batalla a campo abierto. El 26 de agosto de 1071 el emperador inició el ataque dividiendo sus fuerzas en dos lineas : una que lideraba el propio basileus al frente de la caballería pesada y otra que tenía por misión proteger la retaguardia del primer cuerpo y servir como reserva.


Era un buen plan y funcionó, durante 3 días los turcos que habían colocado a sus jinetes en forma de media luna, se replegaron y perdieron terreno. Dándose cuenta el emperador del riesgo de continuar adentrándose tanto entre las hueste enemigas optó por reagrupar su ejército y retirarse al campamento contado para ello con el apoyo de sus fuerzas de retaguardia que componían la segunda linea.Y aquí es donde su destino quedó sellado pues el comandante de la segunda linea , el general Ducas hacia tiempo que conspiraba contra el y le traicionó, abandonandole a merced de los flancos turcos que se cerraron y envolvieron lo que quedaba de sus dispersas y exaustas tropas.

El emperador fue hecho prisionero en plena carnicería y llevado ante el sultán que lo humilló a el a todo un Augusto romano. Jamás desde el emperador Valeriano en 263 d.C. Había pasado algo así. No obstante el turco se mostró magnánimo y tras ratificar un tratado liberó a Romano IV que salvó la vida para encontrarse esperandole de vuelta , un cepo y la reclusión en un monasterio impuesta por el nuevo emperador Ducas que entre tanto le había usurpado el trono. Un final inmerecido para un emperador que se mostró digno de tal nombre.


El resultado de la batalla fue tan desastroso para el Imperio como para el pobre basileus. El ejército quedó destrozado siendo imparable el avance turco e imposible seguir manteniendo la cohesión dentro de las provincias provocando además el colapso económico. Al poco tiempo se vieron impelidos a pedir ayuda al occidente cristiano, una ayuda que lamentarían y firmaría la sentencia de muerte del Imperio Romano de oriente : las cruzadas.

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