15 de mayo de 2014

Los árabes antiguos

La ignorancia es fruto de muchísimos males, casi siempre de los peores, por eso para comprender a la gente y su forma de vida resulta necesario conocerlos en profundidad y no solo rascar en la superficie, de donde solo se suelen extraer prejuicios. Así que voy a desvelar algunas notas sobre los pueblos árabes antiguos y de la cultura preislámica, que es la que más adelante condicionó muchos de los preceptos de su nueva fe y hacia donde podemos volvernos para comprender las más profundas motivaciones y creencias de todo un pueblo.

El sustantivo árabe proviene de la palabra arab que significa árido. Los pueblos árabes son los oriundos de la península arábiga, uno de los lugares más duros de la tierra, calcinado por el sol y cubierto de arena, donde el calor es sofocante y la lluvia inexistente, haciendo del agua el bien más preciado, incluso más valioso que la vida humana. Los árabes hablan al igual que los hebreos una lengua de origen semítico con un alfabeto y sintaxis propias, muy adecuado para la poesía y tan flexible como para representar con muchos nombres las distintas manifestaciones de la naturaleza.

Desde antiguo, todos los pobladores de Arabia eran nómadas, pues para hacerse sedentario es necesario poder tener a disposición tierra fértil y agua en abundancia, y se dedicaban principalmente al bandidaje y al comercio de algunos bienes de lujo como el oro, el incienso y la piedra, que abundaba en las pedregosas llanuras a las que la arena aun no había engullido. Generalmente, los mayores asentamientos se encontraban junto a los oasis o junto a fuentes de agua más o menos constantes y se distribuían principalmente por el norte, cerca de las rutas comerciales de la media luna fértil, y al sur bordeando la costa del mar rojo donde se crearon pequeñas ciudades semi permanentes como La Meca y Medina, que además prosperaban gracias al lucrativo comercio de ídolos religiosos. En efecto, la soledad del desierto y la proximidad de las estrellas, ha hecho del árabe un ser profundamente espiritual, que acostumbrado a la dureza del entorno y condenado a una vida de privaciones, ha confiado en que de una manera u otra, la muerte los liberaría de todas la penalidades.


Los árabes eran supersticiosos y politeístas. Creían en una miriada de dioses, genios de fuego y espíritus que encarnaban los diferentes fenómenos naturales, como han hecho todas las culturas antiguas desde que el hombre es hombre.Sobre todo veneraban al sol, la luna y las estrellas (por eso la media luna y las estrellas son símbolos frecuentes en banderas y estandartes), aunque sentían especial reverencia por todo lo que viniera del cielo, es por eso que los meteoritos debieron ser la panacea y su culto de lo más sofisticado. Muy probablemente este es el origen de la piedra negra que con tanto celo se reverencia actualmente.

Con todo, eran gentes anárquicas, que jamás desarrollaron ninguna estructura que pudiera parecerse a un Estado, más allá de la tribu, compuesta esta por unas pocas familias emparentadas entre sí. No es de extrañar que en estas difíciles circunstancias, la mortalidad fuese altísima, especialmente la infantil. Por eso se practicaba con asiduidad la poligamia, pues la proporción de mujeres era bastante más alta que la de los hombres, que frecuentemente encontraban un fin prematuro por las armas, y era usual que los que quedasen se hiciesen cargo de las viudas de las de los demás. A parte la necesidad de perpetuación hacía necesaria la procreación de un buen número de hijos, de los que pocos llegaban a la edad adulta. Así, limitados en número y castigados por el clima, al árabe solo le quedaba una visión ultraterrena de cómo debía ser un paraíso,exuberante y plagado de cosas mundanas, a las que su corazón se sentía inclinado a causa de las privaciones que el desierto impone a todo aquel que se adentre en el.

Sin embargo, en el norte, una zona bastante inaccesible y repleta de montañas, floreció una civilización urbana espectacular, la nabatea. Estos eran la tribu más septentrional y la que mejor se había beneficiado del comercio entre Egipto y Siria, por lo que aprovechando la abundancia de piedra, construyeron una de las más maravillosas ciudades que se hayan visto nunca, Petra. Como es natural, Petra atrajo la atención de los romanos, y el emperador Trajano la incorporó al imperio romano en una nueva provincia, arabia pétrea. Esto no solo sirvió como baluarte para los romanos, sino que brindó a los árabes la oportunidad de absorber a la cultura greco-romana, introduciendo en la península las ideas y creencias del imperio. Particularmente importantes fueron las comunidades cristianas y judías que comenzaron a formarse y cuyo monoteísmo al principio, no llamó mucho la atención, pues los árabes eran y aun son muy conservadores, se resistieron a la conversión de religiones extranjeras.

También el imperio Persa se interesó por ellos (con lo que guardaban más afinidad ideológica y cultural que con los romanos) y los empleaba a menudo como mercenarios para hostigar a los romanos, pues a parte de ser buenos comerciantes, los árabes eran famosos guerreros por la rapidez con que sus caballos y camellos podían atacar y retirarse. Los monarcas persas establecieron pequeños puestos militares en el estrecho de Ormuz y en el Yémen, para vigilar las rutas comerciales marítimas que llegaban desde la India. Como en el caso de los romanos, el contacto con los persas le sirvió a los árabes para aprender de una cultura más avanzada y de la que aprendieron mucho tanto de arquitectura como de agricultura, lo que posteriormente iba a sentar las bases de su civilización cuando al fin dieran el salto a la conquista organizada y al sedentarismo, pues ninguna cultura puede desarrollarse sin disponer de los recursos mínimos para su subsistencia, lo que en última instancia empuja a los nómadas a adquirir por la fuerza lo que otros tienen y ellos necesitan.

En general podemos decir que para los antiguos, Arabia no era más que un inmenso desierto exótico habitado por peligrosos salvajes. Ni griegos ni Romanos supieron nunca lo que había más allá de unas pocas plazas cercanas a la costa, aunque Alejandro Magno tuvo la tentación de realizar una expedición militar, de la que la muerte le apartó a tiempo. Los árabes por su parte jamás tuvieron consciencia de conformar un solo pueblo, y solamente compartían además de la miseria, dialectos los suficientemente parecidos para comunicarse entre si y algunas creencias vagamente comunes, lo que desde luego puede servirnos para comprender las dificultades a las que Mahoma y sus sucesores tuvieron que hacer frente para dar a todas estas tribus una identidad y un objetivo común.

Después de estas breves reflexiones, una mente despierta, que sea capaz de visualizarse viviendo hace miles de años en tales circunstancias, podrá entender mejor el carácter, la naturaleza y los problemas a los que esta civilización tiene que enfrentarse. De hecho la idea esencial, es comprender que el ser humano ha estado siempre subordinado a su entorno y pese a todo, nuestra capacidad de cambio y adaptación esta también en la esencia de lo que somos. Por eso, negar los cambios y anclarse en el pasado, impide afrontar correctamente el presente y el futuro, y el espíritu de las tradiciones, es conservarlas en la medida en que estas nos hacen mejores y no en lo que impiden el progreso y anulan el espíritu crítico, auténtico motor del pensamiento y la cultura. A causa de esa falta de adaptación, los árabes conocieron su decadencia, y esas fuerzas centrífugas que los acompañan desde antiguo, sumado a una mentalidad beduina de inmovilismo social, son taras que les han acompañado a través del tiempo, pero que al igual que pasó en otros lugares, son cosas a las que si se combate se puede derrotar.

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