"Noble señor de Tebas, Eteocles, vengo del campamento con noticias fidedignas: yo mismo he contemplado lo que está sucediendo: siete jefes, valerosos caudillos de la hueste, han degollado un toro, y han jurado por Ares y Énio y por el sangriento miedo que una de dos: o aniquilaban nuestra ciudad, y luego por la fuerza, saqueaban la ciudad de los cadmeos, o morían, con su sangre empapando esta tierra"
Resumen: ¡Vencer o morir!. Con estas palabras, en la obra de Esquilo, le transmite un mensajero al rey Eteocles la terrible amenaza que se cierne sobre su ciudad.Hoy me gustaría compartir muy sucintamente, uno de los más evocadores (y hermosos) mitos de la cultura griega. Creo que si en algún momento os encontráis apagados o poco inspirados, nada como perderos entre la mitología y el teatro griegos para subir rápidamente el ánimo. Aunque las miserias humanas hayan sido y sean siempre las mismas, los griegos las sabían contar con mucha más elegancia.
Todo comenzó cuando los hermanos Polinices y Eteocles (hijos del famoso Edipo) pactaron reinar conjuntamente sobre la ciudad de Tebas en años alternos, un año uno y al siguiente el otro, pero naturalmente esta clase de apaños no funcionan jamás y a parte de alguna que otra maldición de por medio, Eteocles debía de tener el gen Vladimir Putin, por que de ceder el poder nada. Así que el furibundo Polinices corrió a Argos, donde se casó con una de las hijas del rey Adraste y le arrancó a este la promesa de ayudarlo a recuperar su trono. De esta forma Adraste reunió a sus capitanes más bravos; Tideo (padre del Diómedes de la Ilíada), Capaneo, Hipomedonte, Anfiarao y Partenopeo, que con el propio Polinices sumaban siete caudillos.
Tras una acalorada marcha, llegaron a las puertas de Tebas donde pronunciaron el juramento arriba tan bien descrito por Esquilo. Este juramento me parece de una belleza plástica abrumadora, rebosa de una solemnidad increíble y lo sella el destino, algo que ni los propios dioses pueden quebrantar. De este modo, cada uno de ellos se colocaron arrogantemente frente a cada una de las siete puertas de la ciudad, impidiendo que entren víveres y ocasionalmente tratando de asaltar los muros cuando lo ven preciso.
Por desgracia para todos ellos, las parcas ya han hilado su futuro y una profecía le revela a Eteocles (quien debía de estar haciendo testamento), que a cambio del sacrificio de un príncipe de su casa, los tebanos saldrían victoriosos. El príncipe efectivamente fue sacrificado y los dioses no perdieron tiempo en castigar a los argivos por su soberbia. Poco a poco, abatidos por el rayo o por los peligros del combate, cada uno de los siete capitanes fue cayendo. A Tideo incluso le sugirieron la idea de comerse un cerebro humano con el fin de sanar su herida, lo cual hizo con entusiasmo, aunque por mucho que dijesen los curanderos de la época, se probó la ineficacia del remedio.
Cuando ya lo veía todo perdido, Polinices, afrontando su sino, desafió a su hermano Eteocles a singular combate, y al igual que en juego de tronos, los protagonistas siempre mueren, y ellos se quitaron la vida mutuamente. Algún tiempo después, los hijos de estos siete héroes, llamados los epígonos (como los hijos de los diadocos), juraron a su vez venganza y esta vez si que entraron en Tebas destruyéndola a conciencia y concluyendo el ciclo. Tragedia si, pero impregnada de solemnidad, de pasión y de la entrega absoluta a la causa que persiguen.
Como una curiosidad para los amantes del cine como un servidor, os cuento que el absolutamente genial Akira Kurosawa, un hombre muy culto, se inspiró de primera mano en esta historia para su película "los siete samurais" (que recomiendo encarecidamente), y recoge, adaptados a la cultura nipona, el espíritu de aquellos siete gloriosos héroes griegos.